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domingo, 18 de febrero de 2024

Hilo Rojo

¿Y si nos tomamos un quinto café?


   Algún día, cuando estemos en nuestra vejez, tú me dirás lo mucho que me extrañaste durante todos esos años que estuvimos aparte, y yo te contaré lo loco que he estado siempre por ti. Recordaremos (o inventaremos) las tardes de paseos por el parque, los besos robados en la oscuridad y las risas compartidas bajo la luz de la luna. Juntos, volveremos a revivir esos momentos que construyeron nuestra historia, sabiendo que el amor que nos une ha resistido la prueba del tiempo y ha crecido aún más fuerte con cada experiencia compartida.


   Nos tomaremos de la mano, quizás un poco temblorosos por los años perdidos, pero con la misma complicidad y ternura de siempre. En nuestras conversaciones, reviviremos los sueños que una vez compartimos inventaremos las cosas que debimos haber hecho y celebraremos los logros que alcanzamos juntos en la distancia. Aunque el tiempo haya dejado huellas en nuestros cuerpos, el brillo en nuestros ojos al mirarnos será el mismo de siempre, lleno de amor y gratitud por haber compartido una vida juntos (sin estarlo). En nuestra vejez, nos daremos cuenta de que cada momento de espera y cada obstáculo superado valió la pena, porque al final del camino, siempre estuvimos destinados a estar juntos, en un amor que perdura más allá del tiempo.


Y cuando llegue el momento de despedirnos, lo haremos con la misma serenidad y amor con la que hemos vivido cada día juntos. Nos recostaremos uno al lado del otro, nuestras manos entrelazadas, compartiendo un último suspiro de gratitud por haber tenido el privilegio de amarnos durante toda una vida, separados, pero siempre juntos. En ese instante, sabremos que nuestro amor trascenderá incluso más allá de la muerte, pues hemos dejado una marca indeleble en los corazones del otro. Y así, unidos por el lazo eterno del amor, nos despediremos con una sonrisa en los labios, sabiendo que nuestra historia perdurará por siempre, como un eterno recuerdo de la pasión que nos unió. Y así, en un sueño eterno, quedará escrita la más bella de amor jamás contada.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Frederick

 Érase una vez un hombre solitario llamado Frederick. Se encontraba encerrado en un antiguo castillo, rodeado de altos muros de piedra y pasillos oscuros. Frederick había sido destinado allí por razones desconocidas, y pasaba sus días en completa soledad.


Sin embargo, Frederick encontró consuelo en la escritura. Todos los días, se sentaba en su pequeña habitación con ventanales enrejados y se sumergía en su mundo de palabras. A través de la tinta y el papel, escapaba de la opresiva realidad de su confinamiento.


Frederick comenzó a escribir sobre un hombre solitario encerrado en un castillo. Le dio a este personaje el nombre de Edgar. Edgar, al igual que Frederick, también se encontraba solo y atrapado entre los muros de una fortaleza sombría. Pero a diferencia de Frederick, Edgar era un hombre lleno de valentía y determinación.


A medida que Frederick narraba la historia de Edgar, se dio cuenta de que estaba escribiendo sobre sí mismo. Las palabras cobraban vida y lo transportaban a través de las páginas hasta la existencia de Edgar. En cada palabra escrita, Frederick encontraba una pequeña liberación de su propia soledad.


La historia de Edgar se convirtió en un refugio para Frederick, un escape de su realidad monótona y solitaria. A través de sus escritos, exploraba los rincones más profundos de su ser, plasmando sus sueños, anhelos y frustraciones en la vida de Edgar.


Pero Frederick no se detuvo allí. Decidió que Edgar también debería tener su propia historia, su propia narrativa interna. Y así, escribió sobre Edgar escribiendo sobre un hombre solitario encerrado en un castillo. En esta segunda capa narrativa, Edgar se convirtió en un escritor apasionado y talentoso. Sus palabras eran una ventana a su mundo interior, su escape de la realidad.


Frederick continuó escribiendo sobre Edgar, quien a su vez escribía sobre un hombre solitario encerrado en un castillo. Las palabras se entrelazaron en un juego infinito de historias dentro de historias, formando un laberinto literario en el que Frederick y Edgar se perdían y se encontraban.


A medida que las palabras fluían de la pluma de Frederick, el castillo en el que se encontraba comenzó a parecer menos sombrío y opresivo. Las paredes parecían desvanecerse, y la soledad se atenuaba en la magia de la escritura.


En ese castillo imaginario, Frederick y Edgar se encontraron, compartiendo su amor por la escritura y la necesidad de escapar de su soledad. Juntos, crearon un universo paralelo en el que ambos encontraron compañía y consuelo.


Y así, mientras Frederick continuaba escribiendo sobre un hombre solo encerrado en un castillo escribiendo sobre un hombre solo encerrado en un castillo, los límites entre la realidad y la ficción se desdibujaron. El poder de la escritura se manifestó en la vida de Frederick, permitiéndole encontrar esperanza y conexión en medio de la soledad.


Y aunque Frederick y Edgar nunca se encontraron en el mundo físico, sus palabras se entrelazaron en un vínculo indestructible. Juntos, escaparon del castillo del qué nunca salieron

Luis

 Érase una vez un hombre llamado Luis, quien por razones desconocidas se encontraba encerrado en una pequeña habitación con cuatro paredes sin ninguna otra compañía. La habitación era austera y solo contaba con una vieja mesa de madera y una silla desgastada.


Luis, con mucho tiempo libre y sin más entretenimiento a su disposición, se encontraba sentado junto a la ventana de la habitación, observando el mundo exterior. La ventana era su única conexión con el exterior, y aunque estaba cerrada, podía ver cómo la vida cotidiana transcurría fuera de su alcance.


Luis, sintiéndose atrapado y anhelando la libertad que había perdido, decidió comenzar a escribir sobre su situación. Tomó un lápiz y un trozo de papel y comenzó a plasmar sus pensamientos y emociones en palabras. Escribió sobre su soledad, su deseo de escapar y su anhelo de volver a sentir la brisa fresca y el sol en su piel.


Pero mientras escribía, una extraña idea se apoderó de su mente. ¿Y si él, al igual que estaba encerrado en esa habitación, también era solo un personaje ficticio en la historia de otra persona? ¿Y si había alguien más escribiendo sobre él, encerrado en su propia habitación?


Intrigado por esta idea, Luis decidió llevar su historia un paso más allá. Comenzó a escribir sobre un hombre llamado Marcos, quien también se encontraba atrapado en un espacio confinado, observando a través de su ventana. Escribió sobre los pensamientos y emociones de Marcos, su deseo de escapar y su imaginación de un mundo más allá de esas cuatro paredes.


Pero a medida que escribía sobre Marcos, la historia tomaba un giro inesperado. Luis se dio cuenta de que, al escribir sobre Marcos, él mismo se convirtió en el escritor de la historia. Era como si estuviera creando un bucle infinito de personajes encerrados escribiendo sobre otros personajes encerrados escribiendo.


En ese momento, Luis se vio atrapado en un dilema existencial. ¿Quién era el verdadero escritor? ¿Era él mismo o era alguien más en una realidad paralela? ¿Era libre para crear la historia o simplemente un personaje en manos de un autor desconocido?


La incertidumbre llenó su mente mientras seguía escribiendo y observando a través de la ventana. Aunque las respuestas a sus preguntas permanecieron sin respuesta, Luis encontró consuelo en su capacidad de crear y explorar mundos a través de sus palabras. A pesar de estar encerrado físicamente, descubrió que su imaginación y su capacidad de escribir le brindaban una forma de escape, una manera de volar más allá de las cuatro paredes y vivir en la libertad de su propia creación.

Edgar

 Había una vez un hombre llamado Edgar, quien vivía solo en un antiguo castillo en lo alto de una colina. Edgar era un escritor apasionado y pasaba la mayor parte de su tiempo rodeado de libros y plumas.


Un día, mientras exploraba las antiguas bibliotecas del castillo, Edgar descubrió un libro muy antiguo y polvoriento. Al abrirlo, se sorprendió al encontrar una historia que parecía hablar directamente de él. El libro describía a un hombre solitario en un castillo, quien se dedicaba a escribir sobre otro hombre solitario en un castillo. Era como si alguien hubiera escrito su propia vida en un cuento.


Intrigado y un poco inquieto, Edgar continuó leyendo. A medida que avanzaba en las páginas, notó que las similitudes entre su vida y la del personaje del libro eran sorprendentes. Desde la descripción del castillo hasta los pensamientos más íntimos del personaje, todo parecía ser un reflejo de su propia existencia.


A medida que Edgar leía más y más, comenzó a cuestionar su propia realidad. Se preguntaba si él era solo un personaje en un cuento, imaginado por alguien más. La idea lo obsesionó y comenzó a dudar de su propia identidad.


Decidido a encontrar respuestas, Edgar se embarcó en una búsqueda dentro del castillo. Recorrió pasillos oscuros, escaleras empinadas y salas olvidadas en busca de alguna pista sobre la naturaleza de su existencia.


Finalmente, después de mucho buscar, Edgar encontró una habitación secreta oculta detrás de un pesado tapiz. Dentro de la habitación, encontró un escritorio antiguo con plumas y tinteros, junto con una pila de manuscritos. Los manuscritos estaban llenos de historias sobre hombres solitarios en castillos, y todas ellas parecían ser versiones diferentes de su propia vida.


En ese momento, Edgar comprendió que él era el creador de todas esas historias. Había estado escribiendo sobre sí mismo sin siquiera darse cuenta. El libro que encontró era solo una de las muchas formas en que había explorado su propia soledad y búsqueda de significado.


A partir de ese día, Edgar decidió abrazar su papel como escritor y crear historias no solo sobre hombres solitarios en castillos, sino también sobre el mundo exterior, sobre la conexión humana y sobre las múltiples facetas de la vida. Comenzó a compartir sus escritos con el mundo y, poco a poco, dejó de sentirse solo en su castillo.


Y así, Edgar encontró su propósito como escritor y descubrió que, aunque viviera en un castillo solitario, su creatividad podía construir puentes hacia la gente y el mundo exterior.

martes, 21 de noviembre de 2023

3 veces.

 3 veces entraste en mi casa en reconstrucción, 3 veces la volviste a destruir 3 veces me hiciste reconstruir el desorden que se te antojó hacer.

Siempre llegaste sin ser invitada, pero no me importó, te di la mejor habitación qué tenía y desordenaste todo por donde pisaste.

Mi casa estaba bien, tranquila y ordenada,

Pero viniste y volviste a decirme que todo estaba mal, que debía de acomodar las cosas a tu gusto. Y así lo hice. ¿Ahora que hago con todas estas piezas que no encuentran ya acomodo?

Rompiste mi lista de planes sencillos, cortos, felices y creaste planes nuevos, complicados en Futuro lejanos difíciles de ver para mí. Que hago con todas estas intrincada instrucciones qué no sé como seguir. 

Caminaba en mis días caminos seguros cortos para conversar conmigo, ahora camino pasos infinitos, huyendo de mí, de mi yo sin ti, que es el yo qué menos me gusta. Salgo a caminar las calles sin rumbo esperando encontrarte sin saber que haría si llego a hallarte.

Mil veces te diría que si. Mi veces lloraría por ti. Porque sabiendo que nuestro tiempo es limitado a unos cuantos meses. Y después de eso te lloraré 1 año. Mil veces te diría que sí

BotElla

En la copa, elixir amargo de nostalgia, como tus labios, el roce de la añoranza. El licor danza, texturas que evocan piel, como tus manos, huella en mi sentir.

En cada sorbo, el recuerdo se destila, como tus ojos, profundos y cautivo. El alcohol acaricia, como tu risa lejana, embriaga mi alma, perdida en la hazaña.

Cada trago es un beso, fuego que consume,c omo tus abrazos, calor que se resume. La noche se viste de sombras y licor, como las memorias de tu adiós, persisten con dolor.

En el alcohol encuentro consuelo efímero, como en tus recuerdos, eterno desespero. El vino y tus besos, entrelazados van, en la oscuridad, se funden, creando un ritual.

Así, noche tras noche, el vino es mi refugio, como tu amor ausente, un eterno castigo. Entre copas y susurros de soledades, mi corazón se embriaga de tu ausencia, fatal.

Aquiles

En la sombra profunda donde reina el silencio,

te reconocería, mi amor eterno.

Aunque la ceguera oscureciera tu mirar,

mi corazón hallaría tu luz al caminar. 


En la penumbra densa, sin sonidos de claridad, mi alma te abrazaría con pura lealtad.

Aunque mis oídos fueran prisioneros del mutismo, tu voz resonaría en mi ser, un dulce abismo.


En el laberinto del destino, en la confusión,

te identificaría por la esencia de nuestra unión. Aún si la vida nos despojara de sentido, en tus latidos encontraría el rumbo perdido.