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martes, 5 de agosto de 2014

Me pasa a veces:



Me pasa a veces, que despierto, abriendo los ojos solo por inercia, este estúpido cuerpo tiene aún la maldita costumbre de despertar temprano después de una noche de mierda. Sentado en el borde de mi cama me apego a la certidumbre de mi cuarto, a la tranquilidad de mi cobija lejos de los malditos monstruos que se esconden al otro lado de mi puerta, dudo un poco y pienso un momento, si, es lunes otra vez del otro lado de mis ventanas. De nuevo el domingo duró menos de lo habitual. Pero siempre gana la necesidad un café, y cuando tomo conciencia de mi vida, dejo que la pereza y el odio bajen a mis pies y me empiezo a mover. –Mierda, debo apresurarme o voy a llegar tarde de nuevo-. Y en un análisis más profundo concluyo -¡Me importa un bledo! Cuando me doy cuenta ya he salido de mi casa y me encuentro de nuevo creando esto que a veces llamo vida. Y los pasos parecen contados, recreando una rutina por mucho ensayada, gastada, que dé a pocos consume mis segundos. Y camino, sin meditar mucho mis pasos, uno-dos, izquierda-derecha, baño, desayudo, tele, ejercicio, baño, trabajo, tele, dormir. Sin embargo, me pasa a veces, que la monotonía me da seguridad, tranquilidad, la paciencia de no imaginar, o crear, solo esperar. Sé que las manecillas del reloj van trayendo y entregando todo exactamente como ayer, y el día anterior. Recorro los mismos lugares, veo la misma gente, las mismas caras tristes mañana tras mañana, como hormigas pequeñitas sin mucho más que el miedo a la lupa gigante que les amenaza invisible y les guía.

Me pasa a veces, que desde el momento en que abro los ojos, dejo que el mundo me sorprenda, me llene y desborde con su magnífica simplicidad colmando mi mente de incoherentes respuestas a eternas preguntas. Me deslumbra el ulular del viento, el aleteo de un bicho me desconcentra y me lleva a imaginar su paseo evolutivo, los millones de años detrás de sus trasparentes alas. Me cautiva lo infinito de un amanecer y lo siempre bohemio del atardecer. Y me enamoran las flores sonrojadas por el sol abrazador de un día perfecto embelesado en la cotidianidad. Miro en mis pasos las glorias de días pasados que me han traído hasta este ser que admiro por sobre todos los demás. Y camino todo el día llenándome de la energía potencial dejada por miles de hombres que se preguntaron primero que cualquiera el porqué de las cosas, olvidando las estúpidas creencias enterradas en sus mentes por hombres que prefirieron creer en lo absurdo de lo inexplicable. O recogiendo ideas de los miles de poetas, bohemios, literatos, locos enamorados que plasmaron en palabras el amor imposible, las bellezas infinitas; y me dejo llenar de frases, cuentos, tonadas, para tirarlas en un papel y tratar de acomodarlas para dárselas a esa musa que no sabe de mi existencia.

Me pasa a veces, que dejo al ser asocial que tanta seguridad me da, para disfrutar el sabor de un buen trago de ron claro, con esos amigos que vale siempre la pena escuchar, esos hermanos de distintas madres de los que he heredado tantas y singulares experiencias que me han hecho lo que soy hoy. Y me dejo llevar por un buen habano, y una conversación siempre abierta para cualquier tema, y toda opinión cuenta. Y dejo de lado a este narcisista ególatra y egocéntrico que se ama y destroza el mundo por la simple autosatisfacción de destrozar ideologías y burdas creencias de supuestos sabiondos sin modestia. Y me llena la certidumbre de que sin duda alguna escogería ser el mismo si volviese a nacer, aun cuando muchas veces no me aguanto, y uno a uno escogería los mismos amigos, las mismas historias que me llevaron a ellos, y las miles que hemos compartido juntos, locuras, alcohol, lágrimas, alegrías, pasiones, quijotescas historias que llenaran la mayor parte de mi seniles tardes al lado de una botella clara siempre llena.

Me pasa a veces, que deseo dejar mi tímida carcasa y en una noche de embriagada locura decirle a una loca pelirroja que le amo, que no imagino mi futuro ya sin ella, y tomarla de la mano, decirle que calle, que me siga sin pensar en porqués, quizá inventaría algo. Enseñarla a amarme, porque, -¿quién podría no amarme?-, cuestión de tiempo, lo dijo García Márquez, solo debo mostrarle quien soy, y lo mucho que ha perdido su tiempo, tantas lágrimas mal gastadas, tantas historias y cuentos no vivimos, todo por no haberme conocido antes. Pero ahora, al fin, sabremos amarnos, sin temor, sin pena, sin perder el tiempo, y mirándome en la eternidad de las tardes solitarias, peinando tus suaves canas me dirás: -¡como pude pasar mi vida sin ti!-, y yo te con una risa burlona te contestaré: -¡Te lo dije!-.