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jueves, 4 de octubre de 2012


Te quise.



Sutil es el amor, te llama cada vez con el mismo fervor, con la calidez primera;
gentil en avisar su suave y tenue presencia, porque sí, te desarma, pero te advierte.
Te deja tirado en un pozo de lágrimas, con los ojos abiertos a la luz clara del alba;
con las fuerzas suficientes para pararte sin miedo, recobrarte y empezar de nuevo.


Te quise ¿sabes?
sentía por ti la esperanza de aquél que sabe que anochece para amanecer,
la confianza de una oruga que muere feliz para renacer como mariposa;
te creí, y tus palabras fueron aliento fresco en un desierto eterno sin lluvia,
besos de esperanza en esa mejilla que muerta de miedo dejó de sentir ya.

Y besé el cielo en espejismos infernales que ofrecían tus cantos de sirena,
porque prometiste que serias un oasis en medio de este recuerdo infertil;
y tu sonrisa pintaba en mi mente elaborados cuentos con paisajes infinitos,
y fue tu historia un metódico plan, sin el mortal remordimiento de la mentira.

Te quise ¿sabes?
Lloré como un niño, con la cobardía de quien sabe estar pidiendo de más,
y mil noches dormí con el cansancio que deja la tranquilidad sin lágrimas;
te llamé tanto, grite tu nombre estúpidamente al cielo negro sin estrellas,
pedí, y te escribí con la oratoria única de la nostalgia de los desahuciados.

Y lloré reclamando a las estrellas titilantes el desprecio sin delicadeza alguna:
porque después de los pesares lloré sin fin las palabras que nunca me dijiste,
te reclamé tantas promesas que nunca oí, tantas palabras vacías que interpreté,
dormí llenando mi cama de ti, de recuerdos imaginarios, de historia inconclusas.



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