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domingo, 18 de enero de 2009

Cuento de un Árbol

Familias de pájaros y ardillas anidaban en sus ramas, miles de niños jugando a su sombra en verano. Hermosas lluvias de hojas doradas caían de el en otoño...

Algunos decían que era tan viejo como la vida misma, que había estado ahí desde siempre. Inclusive los más viejos le recordaban como le veían ahora.

En sus incontables años de vida, había visto las cosas más maravillosas, oído las historias más increíbles, miles de parejas se enamoraron en sus regazos, alcoholizados de besos grabaron corazones con flechas y nombres en su tronco; inclusive muchos de los niños que jugaban a su alrededor o las parejas mismas habían sido concebidas en su lecho.

Pero a través de todas esas décadas nunca nada llamó tanto su atención como esa niña, esa hermosa joven de ojos vivos, infinitos, cabello negro cual velo hecho con un pedazo de cielo nocturno, mejillas de pan, manos suaves que sostenían un instrumento rústico, grosero, pero que al contacto con sus labios producía el sonido más dulce jamás escuchado por oídos mortales.

Esta pequeña niña que parecía emular la risa de los dioses desde aquel pequeño tubo de madera, llegó una tarde de verano, se sentó a su lado y tocó la música más hermosa hasta que el sol se ocultó, siguió haciendo esto por muchas tardes más.

Enamorándose cada vez más con las tonadas, aquel gigante de madera se sintió poco a poco parte de aquella princesa nacarada, cada una de las notas contaba una parte de su vida, poco a poco la sentía parte de él.

Una noche después de mucho rezar a sus dioses logró moldear el deseo que por tantas tardes había forjado en su corazón.

Cuando la niña llego como era de costumbre a iluminar la tarde con sus notas, encontró al árbol sobre su costado, atravesado por dos rayos. El primero le despojó de sus raíces el segundo le partió a la mitad. Algo maravilloso se encontraba en su tronco. Ella tímidamente se acercó y le tomó, era una flauta como nunca ningún maestro carpintero soñó jamás crear, al soplarla, produjo un sonido que hizo a todo el mundo callar por un momento.

Desde ese instante el corazón del árbol pertenece a esa niña que lo enamoró, y en cierta forma el corazón de la niña le pertenece por fin.

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