Me pasa a veces, que despierto, abriendo los ojos solo por
inercia, este estúpido cuerpo tiene aún la maldita costumbre de despertar
temprano después de una noche de mierda. Sentado en el borde de mi cama me
apego a la certidumbre de mi cuarto, a la tranquilidad de mi cobija lejos de
los malditos monstruos que se esconden al otro lado de mi puerta, dudo un poco
y pienso un momento, si, es lunes otra vez del otro lado de mis ventanas. De
nuevo el domingo duró menos de lo habitual. Pero siempre gana la necesidad un
café, y cuando tomo conciencia de mi vida, dejo que la pereza y el odio bajen a
mis pies y me empiezo a mover. –Mierda, debo apresurarme o voy a llegar tarde
de nuevo-. Y en un análisis más profundo concluyo -¡Me importa un bledo! Cuando
me doy cuenta ya he salido de mi casa y me encuentro de nuevo creando esto que
a veces llamo vida. Y los pasos parecen contados, recreando una rutina por
mucho ensayada, gastada, que dé a pocos consume mis segundos. Y camino, sin
meditar mucho mis pasos, uno-dos, izquierda-derecha, baño, desayudo, tele,
ejercicio, baño, trabajo, tele, dormir. Sin embargo, me pasa a veces, que la
monotonía me da seguridad, tranquilidad, la paciencia de no imaginar, o crear,
solo esperar. Sé que las manecillas del reloj van trayendo y entregando todo
exactamente como ayer, y el día anterior. Recorro los mismos lugares, veo la
misma gente, las mismas caras tristes mañana tras mañana, como hormigas
pequeñitas sin mucho más que el miedo a la lupa gigante que les amenaza invisible
y les guía.
Me pasa a veces, que desde el momento en que abro los ojos,
dejo que el mundo me sorprenda, me llene y desborde con su magnífica
simplicidad colmando mi mente de incoherentes respuestas a eternas preguntas.
Me deslumbra el ulular del viento, el aleteo de un bicho me desconcentra y me
lleva a imaginar su paseo evolutivo, los millones de años detrás de sus
trasparentes alas. Me cautiva lo infinito de un amanecer y lo siempre bohemio
del atardecer. Y me enamoran las flores sonrojadas por el sol abrazador de un
día perfecto embelesado en la cotidianidad. Miro en mis pasos las glorias de
días pasados que me han traído hasta este ser que admiro por sobre todos los
demás. Y camino todo el día llenándome de la energía potencial dejada por miles
de hombres que se preguntaron primero que cualquiera el porqué de las cosas,
olvidando las estúpidas creencias enterradas en sus mentes por hombres que
prefirieron creer en lo absurdo de lo inexplicable. O recogiendo ideas de los
miles de poetas, bohemios, literatos, locos enamorados que plasmaron en
palabras el amor imposible, las bellezas infinitas; y me dejo llenar de frases,
cuentos, tonadas, para tirarlas en un papel y tratar de acomodarlas para dárselas
a esa musa que no sabe de mi existencia.
Me pasa a veces, que dejo al ser asocial que tanta seguridad
me da, para disfrutar el sabor de un buen trago de ron claro, con esos amigos
que vale siempre la pena escuchar, esos hermanos de distintas madres de los que
he heredado tantas y singulares experiencias que me han hecho lo que soy hoy. Y
me dejo llevar por un buen habano, y una conversación siempre abierta para
cualquier tema, y toda opinión cuenta. Y dejo de lado a este narcisista
ególatra y egocéntrico que se ama y destroza el mundo por la simple
autosatisfacción de destrozar ideologías y burdas creencias de supuestos
sabiondos sin modestia. Y me llena la certidumbre de que sin duda alguna
escogería ser el mismo si volviese a nacer, aun cuando muchas veces no me
aguanto, y uno a uno escogería los mismos amigos, las mismas historias que me
llevaron a ellos, y las miles que hemos compartido juntos, locuras, alcohol,
lágrimas, alegrías, pasiones, quijotescas historias que llenaran la mayor parte
de mi seniles tardes al lado de una botella clara siempre llena.
Me pasa a veces, que deseo dejar mi tímida carcasa y en una
noche de embriagada locura decirle a una loca pelirroja que le amo, que no
imagino mi futuro ya sin ella, y tomarla de la mano, decirle que calle, que me
siga sin pensar en porqués, quizá inventaría algo. Enseñarla a amarme, porque, -¿quién
podría no amarme?-, cuestión de tiempo, lo dijo García Márquez, solo debo
mostrarle quien soy, y lo mucho que ha perdido su tiempo, tantas lágrimas mal
gastadas, tantas historias y cuentos no vivimos, todo por no haberme conocido
antes. Pero ahora, al fin, sabremos amarnos, sin temor, sin pena, sin perder el
tiempo, y mirándome en la eternidad de las tardes solitarias, peinando tus
suaves canas me dirás: -¡como pude pasar mi vida sin ti!-, y yo te con una risa
burlona te contestaré: -¡Te lo dije!-.
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