Esto estaba escrito hace rato, pero no podia terminarlo, creo ke al final, muchas relaciones sin querer o queriendo llegan a un final ke no pensamos podria ocurrir.
Quiero oírte maldecir mi nombre, desgarrar mi recuerdo,
Quiero que como en tantas noches de soledad me mates,
Que no se detenga tu boca ni se canse tu voz de injuriarme.
Quiero morir en tu recuerdo, que masacres mis palabras.
Quiero que llores de rabia al pensar en el tiempo perdido,
Quiero que el licor de mis poemas te de la fuerza necesaria,
Que no medites tus palabras al vociferar cuanto me odias.
Quiero ser el maldito que siempre pensaste, pero ocultaste.
Quiero que desgarres tu almohada al ver mi rostro reflejado,
Quiero que inundes mi teléfono con mensajes de despecho,
Que no pienses en el mañana de lo que maldices dices hoy.
Quiero saber que ya no soy más que un indeseable recuerdo.
Quiero que al fin mis palabras se deshagan en tus dedos,
Quiero perder el juego que lleva mi apuesta a doble o nada,
Que no te detenga tu pensamiento al romper mis fotos.
Quiero ser polvo que se deshace en tus manos, en tu recuerdo.
Quiero ser lágrimas, odio, golpes al aire, malos recuerdos, dolor
Quiero ser luto que deshace tus ganas, sombras malditas, paz.
Que no quede un solo instante que vivimos juntos, tu, yo.
Quiero saber que el punto es final, solo así sabré que ha terminado.
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martes, 2 de febrero de 2010
lunes, 1 de febrero de 2010
Estupido Enamorado. (A Elena)
Gracias por hacerme escribir de nuevo.
Ella era tan distante, tan distinta, era ese tipo de niñas que imaginas y esperas toda tu vida, pero no sabrías que decirle si la vieras, de esas que ves dibujada en las nubes cuando viajas solo. Sus ojos eran tan descriptivos que le atraparon inmediatamente, su mirada le quemo el alma, dibujo un nombre eterno en su memoria. Recordaba su cabello como una noche lejana en que, sin conocerle aún, perdido en alcohol deseó que llegara. Algo en su rostro o en su forma de ser simplemente le volvía loco. Como esa canción que simplemente no puedes sacarte de la cabeza por días y días. Como esa sensación de alegría que invade nuestro cuerpo cuando sabemos que está pronto el regreso a casa. O ese cosquilleo súbito que sentimos cuando llega la hora de ese encuentro tan esperado. Solo la había visto un par de veces, pero sabía que era suficiente para no olvidarla nunca más, y estaba seguro que aquella sonrisa seria parte de su vida por el tiempo que durara.
Así, aquel chico que por mucho tiempo no pudo escribir, que se olvido de las letras, los cuentos y las poesías de mundos distantes e irreales que siempre imaginó y dibujó para escapar de una vida mediocre… real; se vio de pronto inspirado, llenando de letras cada papel que caía en su mano, dibujando historias fantásticas de noches eternas con millones de estrellas que se abatían muertas de celos por la belleza perturbadora que emanaba de aquella princesa inocente; o matando de amor a más de un pobre enamorado que embriagado por el perfume de gardenias de su amada, o por la mala suerte que destilaba aquella, la mujer más hermosa del mundo, se vieron de pronto atrapados en un halito de muerte del que no pudieron nunca escapar, o incluso alguno que murió envenenado hasta las entrañas por el coraje de no poder enamorar a una chica a la que simplemente el mundo entero le era indiferente.
Era un tonto que no podía hacer nada más que recordar su rostro, o revisar una a una las palabras que esa chica distante le escribía, tratando de encontrar un rastro de esperanza, esa oportunidad que le permitiera seguir soñando. No pensaba en otra cosa que no fuera tenerla cerca, sentía su respiración en su cuello, le escuchaba susurrando su nombre, sentía su mano al caminar, tomando la suya por error o azar del destino, le veía en cada espejo, en cada sombra… era ella su mundo, su música, su silencio… su luz. Por momentos eternos se quedaba mirando las estrellas o la luna infinita y pensaba en ella, le encantaba creer que al igual le pensaba, que en ese mismo momento ella le quería cerca, y reía, le llamaba en silencio esperando escuchar su voz sombría respondiendo a sus llamados. Era suya, nadie podía quitarle eso, esa chica, extraña, callada, misteriosa pero simplemente hermosa, la chica que era capaz de borrar cualquier rastro de este mundo malgastado y sucio, era solo suya por el tiempo que el deseara.
No era simple para él, muchas noches se quedaba despierto hasta entrada la madrugada esperando que ella se apiadara de él, que simplemente le mostrara que en un instante de un mundo eterno, el nombre de aquel, su humilde esclavo había estado recorriendo su cabeza. Algunas veces, bebiendo el dulce sabor de un ron blanquecino le veía llegar, con sus manos abiertas. La buscaba donde no estaba, en todos lados, en todas las canciones, en todos los poemas, tanteando como los ciegos, golpeando su ego contra miles de obstáculos, pero ella no estaba.
Algún día de tantos, cuando las esperanzas estaban pérdidas ya, le vio, cual espejismo, tan hermosa como la recordaba, por un momento no dio crédito a sus ojos, eran tantas las veces en que corriendo a su encuentro se había quedado con la imagen desvanecida en sus brazos, tantas las veces en que la ilusión de un beso le había quemado sus labios para darse cuenta que todo fue un sueño. Pero esta vez era real, estaba a unos pasos de él y se acercaba, él, estático le llamaba con voz suave. Ahí estaba frente a él, era como siempre imagino que debía ocurrir, ella tomo su mano, le acerco, antes de que el recurriera a aquel instinto de fuga que le llenaba, ella sutilmente le beso, y el mundo se detuvo por un momento, y fueron ellos dos amantes solos en un mundo de torpes soñadores que no recorren los caminos que sus sueños señalan, que no se atreven a llegar donde siempre quisieron estar.
Ella era tan distante, tan distinta, era ese tipo de niñas que imaginas y esperas toda tu vida, pero no sabrías que decirle si la vieras, de esas que ves dibujada en las nubes cuando viajas solo. Sus ojos eran tan descriptivos que le atraparon inmediatamente, su mirada le quemo el alma, dibujo un nombre eterno en su memoria. Recordaba su cabello como una noche lejana en que, sin conocerle aún, perdido en alcohol deseó que llegara. Algo en su rostro o en su forma de ser simplemente le volvía loco. Como esa canción que simplemente no puedes sacarte de la cabeza por días y días. Como esa sensación de alegría que invade nuestro cuerpo cuando sabemos que está pronto el regreso a casa. O ese cosquilleo súbito que sentimos cuando llega la hora de ese encuentro tan esperado. Solo la había visto un par de veces, pero sabía que era suficiente para no olvidarla nunca más, y estaba seguro que aquella sonrisa seria parte de su vida por el tiempo que durara.
Así, aquel chico que por mucho tiempo no pudo escribir, que se olvido de las letras, los cuentos y las poesías de mundos distantes e irreales que siempre imaginó y dibujó para escapar de una vida mediocre… real; se vio de pronto inspirado, llenando de letras cada papel que caía en su mano, dibujando historias fantásticas de noches eternas con millones de estrellas que se abatían muertas de celos por la belleza perturbadora que emanaba de aquella princesa inocente; o matando de amor a más de un pobre enamorado que embriagado por el perfume de gardenias de su amada, o por la mala suerte que destilaba aquella, la mujer más hermosa del mundo, se vieron de pronto atrapados en un halito de muerte del que no pudieron nunca escapar, o incluso alguno que murió envenenado hasta las entrañas por el coraje de no poder enamorar a una chica a la que simplemente el mundo entero le era indiferente.
Era un tonto que no podía hacer nada más que recordar su rostro, o revisar una a una las palabras que esa chica distante le escribía, tratando de encontrar un rastro de esperanza, esa oportunidad que le permitiera seguir soñando. No pensaba en otra cosa que no fuera tenerla cerca, sentía su respiración en su cuello, le escuchaba susurrando su nombre, sentía su mano al caminar, tomando la suya por error o azar del destino, le veía en cada espejo, en cada sombra… era ella su mundo, su música, su silencio… su luz. Por momentos eternos se quedaba mirando las estrellas o la luna infinita y pensaba en ella, le encantaba creer que al igual le pensaba, que en ese mismo momento ella le quería cerca, y reía, le llamaba en silencio esperando escuchar su voz sombría respondiendo a sus llamados. Era suya, nadie podía quitarle eso, esa chica, extraña, callada, misteriosa pero simplemente hermosa, la chica que era capaz de borrar cualquier rastro de este mundo malgastado y sucio, era solo suya por el tiempo que el deseara.
No era simple para él, muchas noches se quedaba despierto hasta entrada la madrugada esperando que ella se apiadara de él, que simplemente le mostrara que en un instante de un mundo eterno, el nombre de aquel, su humilde esclavo había estado recorriendo su cabeza. Algunas veces, bebiendo el dulce sabor de un ron blanquecino le veía llegar, con sus manos abiertas. La buscaba donde no estaba, en todos lados, en todas las canciones, en todos los poemas, tanteando como los ciegos, golpeando su ego contra miles de obstáculos, pero ella no estaba.
Algún día de tantos, cuando las esperanzas estaban pérdidas ya, le vio, cual espejismo, tan hermosa como la recordaba, por un momento no dio crédito a sus ojos, eran tantas las veces en que corriendo a su encuentro se había quedado con la imagen desvanecida en sus brazos, tantas las veces en que la ilusión de un beso le había quemado sus labios para darse cuenta que todo fue un sueño. Pero esta vez era real, estaba a unos pasos de él y se acercaba, él, estático le llamaba con voz suave. Ahí estaba frente a él, era como siempre imagino que debía ocurrir, ella tomo su mano, le acerco, antes de que el recurriera a aquel instinto de fuga que le llenaba, ella sutilmente le beso, y el mundo se detuvo por un momento, y fueron ellos dos amantes solos en un mundo de torpes soñadores que no recorren los caminos que sus sueños señalan, que no se atreven a llegar donde siempre quisieron estar.
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