En otra vida, aquel mensaje nunca llegó. Ese día, en vez de la despedida que me partió el alma, hubo una conversación tranquila, sincera, y una invitación a un café, donde ambos hablamos de nuestros miedos y sueños. En lugar de alejarnos, decidimos intentarlo de nuevo, pero con más fuerza, con más amor.
Los días se llenaron de risas, de pequeñas rutinas que construían algo más grande. Los desayunos juntos, las largas caminatas al atardecer de un domingo tras otro, y las noches perezosas en tu casa se convirtieron en nuestra nueva realidad. Los viajes que planeábamos, pero nunca hicimos, en esta otra vida fueron posibles. Nos perdimos en los paisajes de la La Antigua, sentimos el viento frío en las costas de Noruega, y nos maravillamos con los castillos antiguos de Europa. Machu Picchu, aquel lugar que ambos soñamos conocer, esta vez juntos, fue un destino inolvidable. Subimos la montaña tomados de la mano, admirando la inmensidad de la historia, y en ese momento supimos que no había ningún lugar donde preferiríamos estar.
Viajamos como una familia. Recorrimos las calles de París con dos niños de la mano, disfrutamos de la calidez de los mercados navideños en Alemania, y nadamos en las aguas cristalinas de las playas de Tailandia. Cada lugar se llenó de momentos inolvidables, de fotografías que colgamos en las paredes de nuestra casa, de recuerdos que se grabaron en nuestros corazones.
En las noches, cuando los niños ya dormían, nos sentábamos juntos en el sofá, con una copa de ron claro en mano, recordando lo lejos que habíamos llegado. A veces, pensaba en lo que hubiese pasado si ese mensaje hubiera llegado y si esa despedida hubiera sido definitiva. Pero entonces, la miraba a los ojos y sabía que en esta vida, lo habíamos logrado.
En otra vida, nos quedamos juntos...